Cuando la piel es lesionada y se restablece usualmente tiende al saneamiento, pero en algunos casos este proceso no sigue los caminos habituales, sino que el tejido cicatrizal comienzan a crecer exageradamente formando estructuras cutáneas llamadas queloides. Estos se componen principalmente de colágeno y se dan en forma de nódulos brillantes que van desde los tonos rosáceos hasta el marrón oscuro.
Las causas de su generación pueden ser varias. Ocurren tras operaciones quirúrgicas, quemaduras, heridas traumáticas, sitios de vacunación, exposición a varicela, perforaciones de la piel, entre otras, y se diferencian de las cicatrices hipertróficas en que estas últimas no crecen más allá de las dimensiones de la herida.
Los lugares más comunes son el pecho, los hombros, la espalda, los brazos y los lóbulos de las orejas, pero en realidad pueden localizarse en cualquier lugar del cuerpo. Los queloides son estructuras benignas, no se contagian, aunque a veces pueden provocar escozor, dolor o limitar la movilidad de algún área específica. Si son muy extensos producen problemas estéticos.
Cuando los queloides son expuestos al sol cambia su coloración hasta llegar a oscurecerse más que la piel de los alrededores, lo cual puede ser permanente. Este tipo de lesiones no necesita ser tratada, pero cuando son severos se pueden extirpar mediante distintos procedimientos (cirugías, láser, radiaciones, crioterapia), lo cual no garantiza que desaparezcan totalmente. Lamentablemente, en ocasiones el queloide puede alcanzar un mayor tamaño después de su extirpación.
En cualquier edad las personas pueden desarrollar queloides, pero dicha condición incide con mayor probabilidad entre los 10 y 20 años de edad, en mujeres jóvenes y en asiáticos, afro-americanos e hispánicos. En ocasiones, el queloide crece al pasar los años, como si fuera un hongo, la razón aún es desconocida para la ciencia.
Fuente | Ojocientífico
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