De la larga lista de creaciones visuales de La guerra de las galaxias en 1977 hubo una que brilló con luz propia, y nunca mejor dicho: el sable-láser. Esa fantástica espada refulgente capaz, al menos aparentemente, de atravesar cualquier cosa y partirla en dos probablemente se inspiraba en las armas que blandían los ángeles bíblicos, consiste en una empuñadura con un sistema de encendido y apagado que hace desplegarse rayo láser equivalente a la hoja de acero. Es el arma de los caballeros Jedi, aunque en la última película parece que pueda manejarla el primero que se la encuentra.
El caso es que el sable-láser se ha convertido no sólo en un fetiche para casi todos los aficionados de la saga galáctica, que no podrán negar haber simulado haber tenido alguna en sus manos en más de una ocasión, imitando cacofónicamente su característico zumbido. Pero los sables-láser de juguete o merchandising no dejan de ser un quiero y no puedo en el que el temible rayo es imitado con mayor o menor fortuna por un tubo de vidrio iluminado interiormente. Así que más de uno se preguntará si, aunque sea en laboratorio, es posible fabricar uno; uno de verdad quiero decir.
La respuesta es más difícil que decir un simple sí o no. Evidentemente, a priori la respuesta es negativa porque ningún rayo láser tiene una longitud medida y predeterminada, como demuestran los dichosos punteros. Además, un láser se va volviendo invisible a medida que avanza a través del aire.
Pero, al parecer, el equipo de George Lucas piensa en todo y propuso una forma científica de que ese arma pudiera concretarse, aunque sólo en el plano teórico. Para ello describía las partes de que consta un sable-láser: la empuñadura, que hace de fuente de alimentación, un cristal de luz, los cristales de enfoque y un sistema de estabilización. La primera genera la energía que, al pasar por el cristal, se convierte en plasma; éste es proyectado en la dirección programada, manteniéndose en los parámetros deseados mediante la graduación de su propia potencia y la limitación del campo magnético. Un control absoluto sobre la energía que permite atravesar cualquier cosa -excepto el haz de otro sable- pero sin poner en peligro la mano que maneja el arma.
Pues bien, hace un par de semanas Don Lincoln, miembro del Fermilab (Departamento de Energía de EEUU, la mayor institución de investigación del Colisionador de Hadrones), escribió un divertido artículo sobre el asunto. Lincoln, que también es un divulgador de temas científicos, contó cómo desde el primer momento los científicos se lanzaron a proponer ideas al respecto, por supuesto, únicamente sobre el papel. La clave, explica, está en el plasma, material brillante que se obtiene por un proceso de ionización de gas y se lo considera un cuarto estado de la materia (los otros son los clásicos sólido, líquido y gaseoso).
El plasma existe y lo encontramos en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, el resplandor lumínico de un tubo fluorescente de neón es plasma. Su temperatura es altísima pero con una capacidad calorífica baja en comparación debido a la limitada densidad del gas dentro del tubo. No obstante, se pueden aprovechar esos miles de grados en otros usos, como los cortadores de plasma, gracias a que es un material buen conductor de electricidad. En esencia, un cortador de plasma sería parecido a un gran sable-láser; la pega es que necesita un flujo muy grande y un sable es demasiado pequeño para ello.
Un arma Jedi requeriría un núcleo sólido, un chorro de plasma muy caliente y denso, y algún tipo de campo magnético que mantuviera la longitud de ese chorro dentro de los parámetros deseados, canalizándolo en una única dirección. Contención es la palabra clave. Contención del plasma. Algo parecido a un soplete, en el que se gradúa la llama, ya que, al fin y al cabo, el fuego es un plasma incompleto. La contención no sería sólo para limitar el alcance del haz sino también para dirigirlo, alejándolo de la empuñadura porque su altísima temperatura la fundiría.
Por eso Lincoln propone la curiosa idea de que el sable-láser debería ser de cerámica, un material que aguanta miles de grados sin derretirse. El problema es que habría de consistir en un tubo que sobresaliera más de un metro de la fuente de alimentación, lo que convertiría el arma en algo más grande y engorroso de lo que se ve en Star Wars. Paradójicamente, parecida a los sables-láser de imitación que hay en las tiendas. Imaginemos combatir con una espada cuya fuente de alimentación mide 20 o 30 centímetros más un tubo cerámico de un metro y del que sale el haz cortante que será de otro metro y medio más. Al cambio, un enorme montante-láser, casi una alabarda-láser.
Al margen de todo esto, hoy por hoy no existe una batería capaz de generar energía suficiente en esa escala tan pequeña y si la hubiera sencillamente no cabría en una empuñadura. Por tanto, el sable-láser seguirá siendo un arma exclusivamente Jedi y limitada al universo de Star Wars.
Fuente:
La Brújula Verde
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