Ha sido una de esas veces, escasas veces, en las que los secundarios toman las riendas del gran relato. El Prado presentaba esta mañana la restauración de El vino de la fiesta de San Martín, cuadro que el artista flamenco Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569) pintó hacia final de su vida (1566 o 1567), se creía perdido y fue recobrado por la pinacoteca en 2010 (a cambio de siete millones de euros pagados con la ayuda del ministerio) de una colección particular española, la de la Duquesa de Cardona, descendiente de la Casa de Medinaceli.
Primero glosaron el acontecimiento las autoridades, Miguel Zugaza, director del museo; Plácido Arango, presidente del Patronato del Prado, y Elvira del Palacio, en sus últimos días de subsecretaria de Cultura, que vino en representación de la anunciada ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde. Luego, los expertos: el director adjunto Gabriele Finaldi, que recordó que solo hay cuarenta obras de Bruegel el Viejo en el mundo y que esta es excepcional por su tamaño en la escueta producción; Pilar Silva Maroto, conservadora de pintura flamenca hasta 1600; y Manfred Sellink, director del Museo de Brujas y uno de los mayores conocedores de la obra de Bruegel el Viejo en el mundo. Aseveró: "Estamos ante el descubrimiento más importante del ámbito de la pintura de los Países Bajos de los últimos 25 años".
Y, finalmente, tomó la palabra el personaje habitualmente secundario, el de la restauradora Elisa Mora, que explicó con sencillez en qué ha empleado los casi dos años que le ha costado devolverle la vida a un cuadro único, que desde hoy se puede contemplar en la primera planta de la ampliación de Moneo. Tras su exposición temporal, se integrará en la colección de pintura flamenca del Prado, "cerca de los patinires y boscos y en compañía de El triunfo de la muerte, el único bruegel que atesoraba el Prado". Al final, la audiencia, formada por miembros del patronato, que celebraba su última reunión del año, restauradores, conservadores y periodistas han aplaudido el "tesón y la paciencia" del trabajo de Mora, "en ocasiones arriesgado", reconoció ella, que ha consistido, entre otras cosas en retirar un barniz de poliéster y un tosco reentelado provenientes de una devastadora restauración anterior y arreglar los desperfectos de un cuadro que presentaba unos seiscientos rotos.
El gran reto de la restauración estaba en la propia naturaleza del cuadro, pintado con temple de cola sobre sarga, una delicadísima tela lino escasamente empleada, pero que causaba furor en Flandes en la segunda mitad del XVI. Sobre ella se pintaba a la prima, sin preparación, por lo que la pintura corre un mayor peligro de conservación. Del tesón del trabajo de rescate da cuenta un vídeo y una radiografía, que se expone estos días junto al cuadro de grandes dimensiones (148 X 270,5 centímetros).
Con motivo de la presentación se ha editado también un librito en el que se explican todos los detalles de una historia asombrosa; desde el descubrimiento del cuadro por Finaldi en un pasillo oscuro; a la recepción en 2009 en el Prado, después de tres siglos en España (aquí lo trajo desde Nápoles el noveno Duque de Medinaceli alrededor de 1702). El acuerdo de compra con la familia por un precio muy inferior al que hubiera alcanzado en el mercado internacional de subastas (¿100 millones?); o el postrer descubrimiento de la firma de Bruegel el Viejo, que vino a confirmar lo que ya se sospechaba: la autoría del gran maestro (su trabajo es mucho más apreciado por los expertos que el de sus descendientes, Pieter el hijo y Jan, que funcionaron como perfectas factorías) y, sobre todo, dejan fuera todas las maliciosas elucubraciones propias del proceloso mundo de las atribuciones.
Fuente | El País
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