En enero de 1995, Jacqueline Mitton, de la Real Sociedad de Astronomía británica, anunciaba en una serie de divulgación de la BBC que los 12 signos del zodíaco no solo estaban erróneamente adelantados, por los efectos de precesión que sufre la Tierra, sino que eran, en realidad, 13. Mitton explicaba que la eclíptica (el aparente recorrido anual del Sol por los cielos) atraviesa una decimotercera constelación: Ofiuco, versión latina de Asclepio, el dios griego de la medicina. Es más, en realidad, la eclíptica siempre había atravesado esa constelación, solo cambian las fechas con los siglos. Si imaginamos el Sol como un círculo, este año su centro salió del Escorpión y entró en Ofiuco el 30 de noviembre, a las 10:00 UT (Tiempo Universal), y saldrá de Ofiuco para entrar en Sagitario el 18 de diciembre, a las 17:30 UT. ¿Cómo afectaba eso al horóscopo de aquellas personas nacidas entre el 22 de noviembre y el 21 de diciembre, es decir, de signo Sagitario? Los astrólogos, descolocados, tenían un problema: integrar esta constelación como signo del Zodíaco.
Para entender este desaguisado astral, empecemos explicando que una constelación es una agrupación “aparente” de estrellas: aunque parecen hallarse en el mismo plano, en realidad se encuentran a diferentes distancias sin que necesariamente exista relación entre ellas. Por convenio, hoy es cada una de las 88 áreas en que se divide el cielo así como el grupo de estrellas que contienen. Sin embargo, a lo largo de la historia y empezando en Mesopotamia, el número total de constelaciones y el área que ocupaban variaban según el autor que catalogaba las estrellas. Entre 1922 y 1930, estas constelaciones y sus abreviaturas oficiales fueron definitivamente establecidas por la Unión Astronómica Internacional (IAU).
El zodíaco astronómico es un cinturón imaginario que se distribuye en el ecuador celeste y sobre el que se sitúan las 12 antiguas constelaciones, de distintos tamaños, designadas con los nombres de las figuras que sus contornos evocaban a los antiguos: el Carnero, el Toro, los Gemelos, el Cangrejo, el León, la Virgen, la Balanza, el Escorpión, Sagitario o el Arquero, Capricornio, Acuario o el Aguador y los Peces (algunas más conocidas por su nombre latino, como Aries, Virgo y Libra). Ofiuco, que ya Ptolomeo incluyó entre las 48 constelaciones de su Almagesto, probablemente no se tuvo en cuenta porque, además de no gustarles el número 13, dividir la banda zodiacal de 360º entre 13 constelaciones no daría un número exacto, y sí entre 12 uniendo Escorpión y Ofiuco.
El zodíaco astrológico, por su parte, está dividido en 12 porciones iguales de 30 grados, a cada una de las cuales le corresponde un signo: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis (algunos presentan pequeñas variaciones en el nombre con respecto a las constelaciones astronómicas).
Fue el astrónomo griego Hiparco de Nicea quien en el siglo II a.C. dedujo que la Esfera Celeste tenía un movimiento retrógrado al que denominó precesión. Debido a la influencia gravitatoria de los demás cuerpos del Sistema Solar y a la esfericidad de nuestro planeta, la Tierra se comporta como una peonza de forma que las posiciones relativas de las estrellas respecto al ecuador y a los polos varían a lo largo de un ciclo de unos 26.000 años en que la Tierra da una vuelta completa alrededor del eje de la eclíptica.
Sin embargo, la reivindicación de Ofiuco como constelación zodiacal entre el Escorpión y Sagitario no se debe a la precesión, que solo afecta a las fechas, sino al trazado del mapa celeste clásico y, sobre todo, tras la división arbitraria del cielo en constelaciones por parte de la IAU. Su nombre deriva del griego y significa “el que sostiene a la serpiente”. De hecho, esta constelación se representa con la figura de Asclepio, quien agarra con las manos una serpiente (la constelación de Serpens, en latín), con la cabeza hacia el oeste y la cola hacia el este. Recordemos que el emblema de serpientes entrelazadas es el símbolo de la profesión médica.
Ofiuco continúa la leyenda de Orión y el Escorpión. Cuenta el mito griego, que la diosa cazadora Ártemis quiso vengarse del también cazador Orión, quien alardeaba de ser capaz de matar a todas las bestias salvajes, además de acosar de continuo a las Pléyades, las siete ninfas convertidas en palomas. Por ello, la diosa le mandó a un escorpión, que le persiguió y le picó en el talón, matándole con su veneno. Los dioses trasladaron al cielo tanto a Orión como al escorpión, aunque alejados para que no pudieran volver a encontrarse; de hecho, Orión se esconde en cuanto el Escorpión asoma sus pinzas. Conforme el Escorpión asciende por el horizonte oriental, Orión muere y se pone por el oeste. Pero Asclepio, con los poderes sanatorios que Apolo y Quirón le enseñaron, curó al cazador y aplastó al escorpión con el pie. Por ello, Orión resurge por el este, mientras que el animal es aplastado por el oeste.
Lamentablemente, en el interés por la astronomía existe -aún hoy- una componente astrológica que hunde sus raíces en la antigüedad. Astronomía y astrología no se diferenciaron conceptualmente hasta el siglo VI d.C., cuando San Isidoro de Sevilla estableció distinciones importantes entre estas dos materias en el tercero de los 20 libros de sus Etimologías, como han estudiado Antonio Aparicio y Francisco Salvador Ventura. Según el prelado sevillano, la astronomía propiamente se dedica al conocimiento abstracto de la salida, ocaso y movimiento de los astros. En cuanto a la astrología, diferencia entre una "astrología natural", que se encarga de la observación del camino del Sol y de la Luna y de determinadas posiciones de las estrellas, y una "astrología supersticiosa", que predice el futuro a través de las estrellas, asigna una parte del alma y de los miembros del cuerpo según los 12 signos del cielo y ordena el nacimiento y costumbres de los hombres según ellos.
El sentido de la "astrología supersticiosa" -las supuestas influencias de los cuerpos celestes en la vida y el destino humanos- es el que adquiere la astrología actual. Cuenta Isidoro que fueron los caldeos los primeros en utilizar la observación relacionándola con el nacimiento y que fue Abraham quien la instituyó entre los egipcios. Aun así, la confusión perduró hasta muchos siglos después. Es más, muchas observaciones astronómicas importantes fueron hechas con propósitos astrológicos. El propio Johannes Kepler tuvo que dedicarse por necesidad a la astrología y se disculpaba por esta lucrativa actividad diciendo que así como la naturaleza ofrecía a cada ser medios de subsistencia, así había puesto a la astrología como ayuda de la astronomía, con la cual por sí sola no habría podido vivir. Curiosamente, la constelación de Ofiuco alberga -entre otro contenido astronómico de gran interés, como la Estrella de Barnard-, los restos de la explosión de una estrella moribunda en 1604, conocida como la Supernova de Kepler. Esta espectacular supernova, que pudo verse a simple vista y en el momento de máxima luminosidad, fue observada por el astrónomo alemán, quien escribió De Stella nova in pede Serpentarii (Sobre la nueva estrella en el pie del portador de la Serpiente).
Otra prueba de que no hubo distinción entre astrónomos y astrólogos durante mucho tiempo es el hecho de que la Universidad de Salamanca mantuviera la cátedra de “astrología” hasta el siglo XVII. Fue Entonces cuando astronomía y astrología se divorciaron definitivamente, adoptando diferentes sentidos. Sin embargo, es verdad que el origen etimológico de la palabra astrología, “la ciencia de los astros”, no contribuye en absoluto a mantener clara esta distinción.
Fuente:
El País
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