viernes, 25 de marzo de 2011

Infancias rotas a 30 euros

“Me fui con el hombre porque prometió que me iba a querer y a cuidar. Yo creí en él“. Sarah dice que sólo buscaba cariño en el señor moreno, alto y algo obeso, con olor a café, que inició sus días como prostituta. El primero de los muchos hombres que la vejarían durante dos años, aquellos días negros en que pasó de los 14 a los 16 años. Sarah no necesitaba vender su cuerpo para comer ni para lograr lujos extra: sólo anhelaba “amor”. Hija de ingeniero y secretaria, criada en un barrio bien de Tel Aviv, nunca le faltó nada.

Muchas tardes sola en casa con la niñera, muchos días con los abuelos por los viajes de trabajo de sus padres, muchas horas tirada en la calle, de plaza en plaza, con los amigos, enfadada con el mundo. Ahora, cuando le quedan tres meses para ser mayor de edad, cuando ha sido rescatada de la prostitución por la asociación Elem, cuando valora su dignidad y se plantea un futuro como médico, ahora es capaz de señalar qué la llevó a ser prostituta: “Creo que me faltaba cariño y que pensaba que un hombre podría darme el amor que no encontraba en casa”.

La estadística es inquitante: al menos 11 de cada 100 personas que ejercen la prostitución en el país tienen menos de 18 años, afirman los especialistas de Elem, entidad dedicada a la asistencia de jóvenes con traumas. El Departamento de Estado de EEUU tiene la explotación sexual en Israel como uno de los “principales problemas sociales” que el Gobierno de Benjamin Netanyahu debe corregir con urgencia, ya que en la última década los casos de abusos y negligencias han crecido un 130%, pasando de algo más de 16.000 a casi 40.000. Los niños son las víctimas en el 50% de los casos de delitos sexuales denunciados cada año en Israel, añade la Knesset. Dora Levinson, socióloga, colaboradora en esta comisión parlamentaria, reconoce que aún no se ha logrado una explicación razonable a tan elevados niveles. “Entre las víctimas hay hijos de inmigrantes, legales con pocos recursos e ilegales sin ingresos, que son forzados por sus padres; hay otros niños, también extranjeros, que han escapado de casa y ejercen en la calle, pero hay un número no desdeñable de adolescentes que llegan a este punto porque en sus hogares no reciben la atención y el cariño básicos. A veces se prostituyen como protesta, mientras otros lo hacen para ganar dinero, partiendo de una idea equivocada del sexo y el amor, absolutamente mercantilista”.

El Gobierno invierte unos 500.000 euros anuales en varios programas piloto en Ashdod, Kiriat Gat, Nahariya y Bat Yam -donde se ubica el llamado “parque del amor”, el más evidente rincón de prostitución infantil de Israel y donde se paga una relación completa con un paquetes de comida. Pero eso no son más que parches.

Noa Ovadia, voluntaria de Elem, se patea las calles de Tel Aviv en busca de menores a los que asistir. Y los encuentra. Están parques como el Hashmal, al sur de la capital israelí, sentados en un banco, esperando ofertas para ir tras un seto, sexo barato que no sabe ni de pensiones destartaladas. Están en bares y discotecas, unos acechando clientes y otros de marcha con los amigos, inocentes todavía, a punto de caer en la red de los adultos que les pasan sus tarjetas de visita impresas en metal (ideales para cortar rayas de cocaína) o sus encendedores con números de contacto pintados. “Llámame, te va a gustar”. Están en Internet, en foros y chats, buscando “novios” a los que “entregar su corazón”. En la playa, horas y horas mostrándose en bañador. En las estaciones de bus, aguardando al último viajero urgente.

Cada vez son más vistosos, además, porque son más pequeños: según el Gobierno, si en la pasada década la media de los menores prostituídos era de entre 13 y 14 años, hoy ha bajado a 11 y 12.

David K., agente de policía en Tel Aviv, recuerda un caso excepcional, el de dos hermanas, Channary y Botum, que un día lo vieron por la calle, lo cogieron de la mano y le dijeron: “Ayúdanos”. Así entró en el horror de la prostitución infantil este otrora guardia de tráfico. Y a eso ha dedicado su vida desde entonces. Las hermanas llegaron desde Laos en 2008, hijas de una emigrante que escapaba precisamente de la prostitución; la mujer llevaba ejerciendo desde los nueve años. Quería un futuro mejor para sus hijas, pero al llegar a Haifa cayó en nuevas redes de proxenetas. Ella y sus hijas. Las pequeñas comenzaron a hacer visitas a pisos de clientes con apenas cinco y siete años. Aún no han dejado atrás la depresión, los silencios, los miedos nocturnos, las infecciones… Sólo han pasado la fase de la adicción: su madre les inyectaba tranquilizantes para poder trasladarlas de piso en piso.

Hoy, la prostitución genera al año 476 millones de euros en Israel.


Fuente | Periodismo Humano

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