Marcos Rodríguez Pantoja nació en Añora, un pueblo de Sierra Morena en Andalucía en 1946. Algunos años después, cuando contaba 7 años, fue abandonado en Sierra Morena y fue literalmente criado por lobos.
Él era el menor de tres hermanos. Su madre, Araceli, había muerto cuando él todavía era pequeño y su padre, Melchor, se juntó con otra mujer y se fueron a vivir al campo, después de entregar al cuidado de unos parientes a sus dos hijos mayores. Marcos se quedó con su padre y con su madrastra, quien lo obligaba a robar bellotas y a cuidar a los cerdos. A diario, Marcos sufría malos tratos por parte de esta mujer. Vivían en una choza levantada con palos y matojos y se dedicaban a la fabricación de carbón.
La situación económica obligó a su padre a vender a Marcos a un anciano pastor en 1953, para que le ayudara a cuidar el rebaño de cabras. El anciano era un hombre salvaje con el que apenas intercambiaba unas palabras y la comida se limitaba muchas a veces a un conejo que cazaba el hombre. Le quitaba la piel, lo partía en dos y le daba la mitad a Marcos para que se lo comiera crudo. Pero el anciano murió a los pocos meses y Marcos se quedó solo en plena sierra.
Vivió durante un tiempo en una choza, pero luego se trasladó a una cueva donde se alimentaba de carne que cazaba de una manera muy peculiar: se subía sobre un ciervo y lo golpeaba hasta matarlo. Utilizaba pieles de ciervo para abrigarse en invierno y con su carne se alimentaba.
En algún momento de esta difícil subsistencia, aparecieron los lobos, tal vez atraídos por los animales que Marcos cazaba. Ellos lo aceptaron como uno más de la manada. Cuando el pequeño cazaba una presa, aullaba y los lobos acudían y poco a poco comenzaron a hacerle compañía durante todo el día.
“Si yo lloraba, se tiraban a mí dando saltos y me cogían los brazos con la boca hasta que yo reía; luego, me señalaban el camino hasta la cueva de ellos, la lobera”, contaba Marcos.
Pasaron doce años hasta que un día la Guardia Civil lo encontró, con el cabello por la cintura y cubierto con pieles de venado. Su piel se había tornado morena y estaba cubierta de cicatrices. Sus pies estaban llenos de callos, porque andaba descalzo, y apenas sabía pronunciar un puñado de palabras. Dicen que cuando adquirió más vocabulario, le dio por repetir: “Yo, con mucho gusto, volvería”.
Lo llevaron a casa de un cura donde lo bañaron y le enseñaron a usar los cubiertos para comer. El sacerdote decidió entregarlo a unas monjas en Madrid, que se hicieron cargo de él y le aplicaron un artilugio fabricado con dos tablas para corregir la desviación de columna que presentaba después de tantos años caminando encorvado.
Al principio le resultó muy difícil acostumbrarse a los ruidos de la ciudad. Cuando tenía hambre se metía en un bar para comer, pero como no sabía que tenía que pagar se vio involucrado en un montón de conflictos. Poco tiempo después tuvo que hacer el servicio militar, y su adaptación se hizo poco menos que imposible. El coronel acabó entendiendo que un cuartel no era el lugar idóneo para un extravagante individuo como aquél.
Marcos hoy tiene 64 años y un increíble recuerdo para transmitir. La vida lo ha llevado por innumerables destinos en su búsqueda por ser un ciudadano normal. Aún en la actualidad, no comprende muchas cosas y pierde el control cuando ve a alguien maltratar a un animal. Desde hace ya varios años vive en un pueblo cerca de Orense, donde trabaja como casero en una finca y es muy querido por todos sus vecinos.
La historia de su vida se podrá conocer próximamente en las salas de cine gracias al director Gerardo Olivares. El film se titula “Entre lobos”. Marcos interpretará su papel de mayor y el actor Manuel Ángel Camacho interpretará al niño salvaje.
Marcos nunca ha dejado de anhelar aquella vida salvaje en la naturaleza y algo que dice a menudo es: “Esta vida es más mala que aquélla, pero mucho más”.
Para saber más: La Región
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que curiosa historia
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