Durante más de un millón de años, el monstruoso oso de cara corta acechó el continente norteamericano. Sobre sus cuatro patas medía 1,80 m. de alto y superaba en velocidad al caballo. Era dos veces más grande y mucho más fuerte que un oso pardo y podía matar de un sólo golpe. Hoy en día los científicos intentan descubrir cómo vivía semejante criatura y qué comía. ¿Cómo es posible que un depredador como éste sucumbiera a la extinción? ¿Fue culpa del cambio climático o de los primeros cazadores humanos?
Hace 14.000 años, en el continente norteamericano reinaban los mamíferos. La ley de la selva era muy simple: matar o morir. En estas circunstancias el oso de cara corta era un animal que sobresalía por encima de los demás, el carnívoro más grande que ha pisado la Tierra desde los tiempos de los dinosaurios. Los expertos creen que era capaz de atacar y matar a cualquier otro animal que se le antojara. Sus mandíbulas eran tan potentes que un mordisco suyo podía ser letal.
Con la ayuda de sus potentes mandíbulas y de sus afiladas garras, este oso era una máquina de matar, pero ni siquiera él logró escapar a una trampa mortal muy común en el sur de California: los charcos de alquitrán, las trampas viscosas más eficaces jamás conocidas.
El alquitrán de estos charcos naturales procedía de la propia tierra, a cientos de metros de profundidad. Las hojas caídas y el follaje espeso lo ocultaban a traición, y cinco centímetros de alquitrán eran suficientes para inmovilizar a cualquier criatura. Cuanto más intentaba el oso salir de allí más se hundía en el lodazal, con suerte moriría de hambre, sed y frío en pocos días, pero lo más seguro era que los lobos gigantes, los tigres dientes de sable o los leones lo despedazaran y se lo comieran. Sin duda una muerte dolorosa.
Los expertos concuerdan en que los humanos llegaron a interactuar con los osos de cara corta. Probablemente debieron luchar con él por los restos de otros animales.
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